sábado, abril 01, 2006

Música: Los rígidos y la música

Música: Los rígidos y la música o “Abrace a su concertista favorito”

Los buenos modales son grotescos. Al menos cuando uno se encuentra de lleno con el goce, con la delicia indescriptible de la felicidad más íntima, con aquello que vuelve precarias las inconveniencias de vivir.

Siempre ha ocurrido en la historia, o al menos en mi historia, que el público que asiste a los conciertos de “música clásica” se comportan como nunca en su vida, con una seriedad espeluznante, peor que si estuvieran ante el cadáver de un ser querido o de su otro yo demasiado cercano, creo que éstas situaciones ni siquiera lo valen, menos un prodigio como la música y más cuando expresa esa alegría que se haya a veces en el corazón de una sucesión de notas.

Muchas veces me he sentido como el ignaro más repugnante... cuando al final de un Allegro, un cuarteto, un concierto, un Rondo, cuando Mozart acaba de esparcir divinidad, Beethoven humanidad a raudales... estallo en una exclamación irrefrenable por la alegría en estado puro que me habita y que es incontenible.

Y es que el aplauso no basta, la ovación se queda corta, tal vez la risa logre dar un abrazo muy ceñido, las lágrimas de felicidad tocar apenas su mejilla y la estruendo no se perdona.

Pues inmediatamente las miradas del público refinado se posan sobre mí, descalificándome, diciendo “qué inculto!” “pobrecito no sabe :( ” y sin modestia sé más que algunos que se quedan en su butaca de una sola pieza, aparentando que un espíritu de gracia no los colma, o acaso, no tienen calor en la sangre, en todo caso, nunca he entendido como hacen para no sentir.

La rigidez es demasiada. Quieren hacer de las salas de concierto otro mausoleo imperturbable como son hoy los muesos. La solemnidad gana espacio. No digo que uno se ponga a tararear La Italiana de Mendelssohn, ni la No. 5 de Malher o el Santus del Requien de Mozart a todo volumen sobre una butaca, pero sí ser espontáneo, dejarse llevar por lo esencial. No destierren de las salas de concierto la fidelidad básica que le debemos a la música.

Romain Rolland afirmaba con muy buen sentido “La vida no es refinada; a la vida no hay que tomarla con guantes”. Así que, ínclito lector, demos el mal ejemplo, aplauda, ovacione, ría, lloré estallé en alegría, viva el divino instante de la música que estará experimentando un trozo de eternidad, si puede vaya hasta el foro y abrace al concertista o al músico que lo ha dejado un paso más allá de lo precario.

(cc) Berg

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