El cine puede ser una auténtica vivencia mística y pocas películas “religiosas” logran introducirnos en ésta dimensión mística... que nos hace comprender que detrás de la superficie del mundo, del universo entero, yace un origen misterioso y que esta fuente también constituye nuestro origen. Pocas películas como Los Diez Mandamientos, que al menos en mí produce ciertas revelaciones, ciertos sentimientos, ciertas reflexiones... sigue siendo un clásico que sigo disfrutando.
En este texto he optado no por filosofar en torno a la película, sino por ofrecer uno de esos apuntes sabrosos, algún dato interesante que nos haga sonreír de otro modo durante la película. Iniciare relatando algo de cómo Charlton Heston obtuvo el papel de Moisés.
Charlton Heston ya había trabajado con Cecil B. DeMille en 1952 en The Greatest Show on Earth, de ahí se conocían muy bien, habían trabajado excelentemente tanto que habían logrado no sólo un éxito en taquilla sino el Oscar a Mejor Película y Guión Original y la nominación para DeMille a Mejor Director, y en parte a esto Heston consiguió el papel de Moisés en la nueva versión de Los Diez Mandamientos de 1956 (The Ten Commandments). Aunado a que William Boyd había rechazado el papel.

Dice la leyenda que alguien le dijo que había gran semejanza entre la escultura y Charlton Heston, otra versión dice que fue el propio DeMille que se dio cuenta del parecido, el caso es que no pudo quitarse la idea de la mente hasta que llevo a Heston como el Moisés para su película.
Durante la promoción de la cinta, Cecil B. DeMille exponía ufano el gran parecido físico entre las contrapartes, pero quizá de lo que estaba más orgulloso y satisfecho era con la semejanza ética que había logrado en su película entre el Moisés encarnado por Charlton Heston y la figura tutelar que el propio DeMille tenía del personaje bíblico.
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