sábado, marzo 07, 2009

Lanzarse desde la tercera cuerda

A veces es imposible decir... lo que uno quiere decir. Las ideas y los sentimientos se te agolpan en el pecho... pero lo intentaré como una forma leal de gratitud y aprecio. Quiero hablar de una gran película (grandiosa sin concesión alguna) The Wrestler/El Luchador, de un personaje digno de todo afecto, Randy ‘The Ram’ Robinson y... de un tipazo, de un enorme actor, Mickey Rourke.

Siempre me ha sorprendido (hasta la consternación) que, constantemente el hombre pueda tolerar, sin mayor trance, una enfermedad terminal... pero que no sea capaz de soportar el abandono o la ausencia de aquello que ama. El dolor es una realidad sólida, indiscutible... y trabaja más en el alma que en las heridas del cuerpo. Randy ‘The Ram’ Robinson lo sabe.

Sabe que vivir es doloroso, que triunfar duele, que decaer lastima, que equivocarse mata... pero también sabe que la vida es mucho más: momentos de felicidad y triunfo, memorias, música, camaradería, diversión, mujeres... amor y familia. Es un hombre de la vieja escuela, un gran constructor y un terrible destructor de su propia existencia. Es un luchador, en más de un sentido.

La película es brillante al mostrarnos a los histriones de la brutalidad, en todo su esplendor, fidelidad y miseria. Pero, cuidado! no todo es simulación y espectáculo... para su honra y desgracia (y para la nuestra), el dolor siempre es verdadero, existen las cicatrices, los quebrantos, las miradas tristes, los corazones cansados que lo confirman. Juro que no volveré a burlarme tan desvergonzadamente de la lucha libre, ¡sería inhumano! después de que se nos ha revelado una verdad mucho más compleja, eso de cortarse para sangrar, eso de que te engrapen la carne... no es de ningún modo, una cuestión menor.

Y es que adoramos la violencia, encumbramos y demolemos a los que nos hacen “sonreír cuando la sangre llega a la lona” como versa la bella canción de Bruce Springsteen. Y sin embargo Randy lo acepta y se deleita en lo que es, un combatiente. Y el tipo es encantador, digno de toda simpatía y de todo respeto, no profiere ni una sola maldita queja, no se lamenta ¡chingao! Vive de la mejor manera que puede, ¡sonríe! traspasa la barrera que el momento le opone. Su dignidad es irreductible, posee una bella ética de la acción, hace cosas por él y por los demás (sabe lo que es la compasión) resuelve su vida a cada paso, sigue, avanza... embiste!

Por ello, no importa lo “arruinado” que esté, su vida aparece a nuestros ojos como deslumbrante, de una pureza mundanal, rabiosamente humana. Porque... quién no ha arruinado alguna vez su vida, quién no se ha enamorado de un amor imposible y... sin embargo hay que seguirse lanzándose desde la tercera cuerda, vivir. La gloria, la grandeza de un hombre nunca muere... solamente se va quedando dormida, recordando aquello que fueron juntos, soñando de vuelta todos los días, porque todos al final resultaron entrañables.

Springsteen como el gran poeta que es, nos revela el alma de Randy: “Estas cosas que me consuelan las ahuyento... en este sitio que es mi hogar no puedo quedarme... mi única fe está en los huesos rotos y en los moretones que ves”. Nadie golpea más duro que la vida, ya lo sabemos... y no hay analgésicos perpetuos para el alma: la felicidad es frágil y momentánea... y la esperanza es tan esencial que cuando se desvanece sólo deja un vacío.

Randy no quiere sufrir la pérdida de su hija, no quiere sentirse rechazado, maltratado por Cassidy/Pam (la bellísima Marisa Tomei) que encarna sus esperanzas más íntimas. Cuando el consuelo ya no actúa se regresa a la obscura raíz, a aquello que nos da sentido. Con toda su rudeza, pantomima y aflicción, el mundo de la lucha es más fácil de sobrellevar, hay en ella una agraciada coreografía, que es más confiable y menos terrible que el mundo verdadero, en cuyo campo algunos no nos sentimos del todo cómodos. Al menos en el ring no duelen tanto los golpes.

Finalmente Randy reasume su destino, el éxtasis de su vida... sólo sabe hacer esto. El discurso final lo hace con el alma (es el mismo Mickey Rourke quien nos habla también con el corazón en la mano), es auténtico, poderoso, sincero, lleno de fe, desgarrador... y parece decirnos en silencio: “he vivido como un luchador y quiero seguir siendo uno, hasta el final...”.


Algunos estúpidos, afirman desdeñosamente que Mickey Rourke no hizo mayor esfuerzo al interpretarse a sí mismo... por supuesto que hay paralelismo entre la vida de estos dos. Pero estos mezquinos, no saben ver, comprender o sentir, ¡no saben nada! Rourke puso en juego su cordura, su propia vida ¿y eso es nada? Recordar las caídas hondas del alma, revivir el dolor puede abrir las puertas de la locura, las de la muerte o las de la salvación. Felizmente Rourke está de regreso, de lleno, sin concesiones y sin ambages, regresar es una buena palabra y más para un actor con esta valentía y con una sensibilidad distinta a la de todos. Se juega y a veces se gana... estrepitosamente, y así lo ha hecho Mickey, ha cosechado muchos premios, pero sobre todo el afecto de la gente.

Ahora les voy a revelar un secreto de Dios: Rourke ganó el Oscar, y lo mantiene arriba, orgulloso, sonriendo de verdad, besa su collar... mirando al cielo, agradeciendo con las palabras precisas, mientras el Teatro Kodak y todos de pie gritamos, Rourke!, Rourke!, Rourke!.